23.12.08

Yo estaba pensando en el señor que mueve los hilos en mi cabeza, cerraba y abría los ojos y veía al señor ahí adentro, ese señor de historieta, con muchos dedos en las manos, ese señor de esa historieta.
Tantos hilos como ideas, tantos hilos como huesos, músculos y articulaciones. Miles, miles de hilos.
Yo estaba pensando en el señor, y lo dibujaba con mis manos en el boleto del colectivo. Quise dibujar un perro a su lado pero no supe cómo hacerlo, no entendía si el señor era un átomo o un universo, o ninguna de las dos cosas, si en realidad era sólo un señor, tamaño estándar, o si él era el perro.
El colectivo chocó y yo vi al señor apretando el acelerador frente al semáforo color rojo, pero eso que yo había visto no valía ni un centavo, no servía de nada, si yo no manejaba, si el señor de adentro no manejaba. No, era el reflejado y el reflejo, el señor de afuera. Él tenía la culpa del accidente.
¿Pero a quién patear primero? ¿Se iría el señor de adentro si yo golpeaba al señor de afuera? Sí, posiblemente, pero ya no sabía como encontrar a ninguno de los dos. Y claro, esos señores son como los nenes, te descuidas un instante y terminas gritando como un animal, buscándolos un viernes a las cinco de la tarde en la calle Florida. Y lo peor es que vas a buscar eternamente, nunca te vas a dar cuenta de que los nenes todavía te están apretando las manos.

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