9.6.12

Las uñas despintadas
lavan la ropa ahogada
en el balde azul del vecino.
Esfuman el humo,
deshacen apresuradas
el ovillo de lana.

El instinto adormecido
y la nieve fantasía
son el cotillón
de una fiesta impensable
en la montaña,
en la mente,
en el inicio.

Esta costumbre de detenerse en todas las cosas.

No hay drogas
ni música ni amigos,
sólo un rostro desconocido,
un hombre viejo y dulce
de imaginación imprecisa,
un hijo de libros impuros.

Ojos grises profundos
detienen en mí
sus pupilas sin disculpas,
sin cariño,
y sin embargo
mirarlos
es entrar a mi casa en invierno.

Esta obsesión por escapar de la unidimensión.

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