18.9.08

El cuarto ya estaba vacío. Inés veía las marcas que habían dejado los muebles en la alfombra y en las paredes, clavaba sus ojos en los restos blancos, vírgenes, de esa pintura amarilla y húmeda, giraba el cuello atontada, como si de repente hubieran golpeado su frente los largos años que todavía vivían en la habitación.
Irse había parecido un juego hasta ese día, hasta ese instante en el que se enfrentaba con el pasado, que era ella misma. Ella misma destruyéndose, hundida en un vaso de agua.
Inés hablaba sola como de costumbre, sabiendo que no hablaba sola, sabiendo que en su cabeza hablaban muchas, y que la que hablara en voz alta sabría hacerse escuchar. Inés decía y se decía que en el centro de la complejidad bailaban juntos el miedo y la estupidez.
Decía, se decía y sabía hacerse escuchar.
Irse era un juego tan simple como cerrar la puerta.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Karun, este texto me resultó un paseo por imagenes que por momentos me recuerda a una soledad historica y por otros a esa herida que no sana avalada por edificios obsesivos que nos aleja de nuestra propia escencia. que bueno leerte, te felicito!

Martín.